Menuda semana llevamos por aquí. Hay que reconocer que el patio anda revolucionado. Y no es para menos. Si no llueve, este otoño no habrá agua suficiente en Barcelona ni para beber.
La desaladora de El Prat entrará en funcionamiento el año que viene, es decir, tarde para solucionar lo que se nos viene encima. Para ver lo que pienso de las desaladoras, visiten el blog de mi amigo Sergio. La conclusión es clara. Desalar agua hoy en día es mucho más sostenible que hacer trasvases faraónicos. Y eso sin olvidar que lo más importante es la adopción de una nueva cultura del agua.
Ahora bien, ¿qué hacer de cara a este otoño? Creo que el Govern de la Generalitat se ha precicitado al plantear el problema. Aparte del tabú que supone mencionar el trasvase, ha ido demasiado rápido pidiendo soluciones a un problema complejo, sin buscar antes complicidades, tanto en la oposición como en el gobierno Zapatero. Eso sí, 2 cosas diferencian, para empezar, la famosa propuesta de traer agua del Segre a Barcelona:
1. El gobierno catalán no cae en el victimismo fácil de pedir agua a sus ciudadanos a base de privar a los vecinos de ella. En efecto, el Segre pasa por Catalunya, sin afectar otras comunidades.
2. El trasvase se plantea en un contexto de medidas para restringir el consumo (multas incluídas) y con planes a largo plazo como la desaladora.
Así que ojito con acusar ahora de insolidarios a los catalanes. A lo que iba, ¿qué hacer de aquí al otoño? Mi opción es buscar la solución que menos afecte el paisaje y que compense a los potenciales damnificados. En este caso, los regantes y los habitantes de las Terres de l'Ebre y ribera del Segre. Siguiendo ese criterio sería mejor fletar transportes como el barco o el tren, o minimizar la envergadura de las obras, así como pagar a los regantes y habitantes de la ribera del Ebro o del Segre por el agua que pierden, con el compromiso de que la desaladora suplirá las deficiencias de agua a partir del año que viene. Y mucha mano izquierda, ¡Conseller Baltasar!
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