Volvemos a estar a las puertas de la recesión económica. Tras la zozobra de 2007 y los indicios de recuperación a partir de 2009, el panorama se ha vuelto a ensombrecer. Las perspectivas de crecimiento económico en toda la OCDE (los países más desarrollados del mundo) y las economías emergentes han sido revisadas a la baja, con las consecuencias (en especial sobre los sectores más débiles) que ello va a provocar.
Tal recaída (double dip recession, en jerga anglosajona) tiene su principal causa en las medidas de ajuste aprobadas por los gobiernos occidentales a partir del año pasado. Un ejemplo claro de ello es el español, donde desde mediados de 2010 el sector público se ha embarcado en un ambicioso y no por ello menos draconiano proceso de reducción del déficit público hasta situarlo en niveles "sostenibles" ( no sin importantes matices que se pueden apreciar en los distintos gobiernes de España y sus comunidades autónomas).
Tal mantra es repetido a diestro y siniestro por los principales medios de comunicación y persuasión, dominados en todo el mundo y especialmente España por la derecha neoliberal. Sus grandes dogmas serían, de manera resumida:
1. El endeudamiento público no hace más que socavar el crecimiento, al detraer recursos de la esfera privada, mucho más eficiente y capaz de generar riqueza.
2. Cualquier vaivén de los mercados debe ser interpretado como una señal inequívoca de que son necesarias medidas adicionales de ajuste (esto es, reducción del gasto público y del tamaño del Estado)
3.Toda economía nacional es susceptible de liberalizarse y desregularse. Por definición, es impresincible desregular, para poder liberar potentes fuerzas productivas que traerán prosperidad.
4. Cualquier sacrificio actual está justificado ante las amenazas que se ciernen sobre nosotros.
5. Cualquier sacrificio actual está justificado ante las oportunidades que se abren antes nosotros.
A fuerza de repetirlo, la mayoría de españoles han acabado por creerlo. Resignados ante los recortes, es probable que en las próximas elecciones, el actual partido de la oposición, el Partido Popular, acceda al gobierno de España. Y que lo haga con una mayoría suficientemente holgada que le permita desplegar un programa claramente neoliberal que dificilmente puede ocultar a juzgar por lo que ocurre en las comunidades en las que gobierna..
Sin embargo, los ajustes presupuestarios de Occidente (donde España es la norma, no la excepción) suponen ahondar en la crisis. El mecanismo fue descrito ya en los años 30. Menor gasto del Estado supone una menor demanda agregada de la economía. Ello deprime las ya de por sí magras expectativas del sector privado, que reduce a su vez la demanda, creando un círculo vicioso del que aparentemente, no se puede salir.
Se podría argumentar que una reducción temporal del gasto público produciría una reducción de la demanda agregada, sí, pero sólo a corto plazo. Los neoliberales afirman que el efecto de estos recortes es una reducción de los tipos de interés (pues la oferta de ahorro se reparte entre menos demandantes), lo que anima la inversión y el gasto privado. Además, un sector público más saneado puede gestionar mejor sus políticas y, por tanto, distorsionar menos el normal discurrir de la economía de mercado.
Sin embargo, la experiencia histórica tiende a negar tales argumentos. De hecho, es curioso comprobar como los enfervorecidos partidarios del ajuste a toda costa utilizan tan pocos ejemplos históricos en sus explicaciones.
La Gran Depresión de Estados Unidos (1929) y la segunda recesión de 1937 son ejemplos de que el sector público tiene una capacidad de intervención a la que el sector privado no llega. De hecho, es el sector público el que en repetidas ocasiones (y eso suena a deja vú) ha salvado al sector privado de sus propios desmanes (entiéndase, sobreendeudamiento y especulación).
Otro ejemplo de lo inútil e injusto de los recortes es la experiencia de latinoamérica en los 80. Fueron una década perdida, debido a que los continuos recortes presupuestarios sólo provocaron reducciones adicionales del PIB, y que no pudieran salir de esa situación hasta la siguiente década.
Llegados a este punto: ¿ Cuál debe ser la respuesta por parte de Occidente y el resto de economías del mundo? Pues lo que en economía se llama efecto locomotora. Estados Unidos, las economías emergentes y la Unión Europea ( y digo Unión porque 27 voces distintas son inútiles) deben acordar una estrategia conjunta. No sería algo nuevo. El G20, los países que suponen la mayor parte del PIB mundial, ya acordó una estrategia que salvó al sistema financiero. Ahora, Barack Obama está a punto de aprobar un programa en esta línea. ¿Por qué el resto no podría hacer lo mismo si se trata de recuperar algo tan valioso como el crecimiento y el empleo?
Dicha estrategia, como decíamos, debe anteponer al aumento de la demanda mundial a la reducción del déficit. En efecto, el Estado debe echar más madera en la caldera. ¿ Y si eso provoca más déficit? Pues, a corto y medio plazo, que se haga.
En primer lugar, el mayor gasto generará más empleos, animará el gasto privado y permitirá que familias y empresas tomen el relevo en el crecimiento. Esto es importante por los desvastadores efectos que la crisis provoca en familias y empresas de los países ricos (principalmente, paro). Pero también en los países emergentes, donde milones de seres humanos se ven todavía privados de bienes (educación, asistencia médica y alimentación adecuadas) esenciales.
En segundo lugar y aún contando con el aumento temporal de la deuda pública, es difícil que los mercados dejen de prestar a todos los países a la vez. Pueden instumentarse mecanismos para evitar que los países más endeudados suspendan pagos (Grecia, Portugal e Irlanda) a nivel regional. La UE es un caso paradigmático de como un problema global no puede ser afrontado a escala nacional. Y mucho menos a escala autonómica, como patéticamente reclama el nacionalismo catalán y el Canario o las derechas españolas en muchas comunidades. Dicho patetismo se refleja en la contradicción entre efectuar draconianos recortes en el Estado de Bienestar a la vez que se favorecen a las rentas más altas y/o se exige un trato preferencial para su territorio.
En tercer lugar, es probable que un anuncio de tal naturaleza hecho por los principales bloques económicos, Norte y Suramérica, Europa y Asia Pacífico provoque una reacción positiva de los denominados mercados, por lo que de mejora de las expectativas supone.
En cuarto lugar, no es lo mismo reducir el déficit a largo plazo (con lo que cualquiera puede estar de acuerdo, pues la necesidad de equilibrar las cuentas es algo que aprenden hasta los niños) que hacerlo de golpe y cuando la otra pata de la economía cojea. Tampoco es lo mismo racionalizar el gasto que reducirlo. Dicha diferencia es hábilmente explotada por la derecha (y tontamente ignorada por la izquierda, para que negarlo), que habla de eficiencia en el gasto cuando quiere decir recorte.
En quinto lugar: algunos de los mayores ejemplos de expansión fiscal y déficit han sido perpetrados por neoliberales. Ejemplo: George Bush Junior convirtió el superávit heredado de Clinton en déficit para financiar nada menos que las guerras de Afganistán e Irak. ¿ Quién lo cuestionó? Otro: el mismo candidato a Presidente del Gibierno por el PSOE admite hoy en una entrevista que las rebajas fiscales a los ricos de la pasada década (los tipos más altos del IRPF, Sociedades, Patrimonio o Sucesiones) han supuesto
28.000 millones anuales en pérdida de recaudación. Dichas rebajas las produjo tanto el gobierno neoliberal del Partido Popular como el de tendencia socialdemócrata de Zapatero. El Estado español está rogando préstamos a quien antes exigía impuestos. Escandaloso, vaya.
En sexto lugar y quizá lo más importante a largo plazo, un aumento del gasto público mundial no tiene que comportar un mayor déficit (tal y como machaconamente predice la derecha). De lo que se trata es de aumentar los ingresos impositivos: si se persiguiera el fraude a nivel internacional, se gravaran los movimientos financieros y se suprimieran los paraísos fiscales se obtendrían ingresos con lo que financiar un orden mundial más justo. Se evitaría así la famosa "fuga de capitales" con los que la derecha amenaza a cualquiera que intente hacer pagar a quien más tiene.
Estas ideas no son mías. Algunas de ellas resultan tan obvias que parece mentira que no se expongan a la luz pública de manera más intensa. Es, en cambio, el mensaje neoliberal, el que pretende monopolizar el discurso mediático y político, suplantando la opinión pública. Como ciudadanos, debemos ser conscientes de ello.